lunes, 27 de febrero de 2017

Viaje cultural a los Monasterios Cistercienses de Fitero y Veruela



10 DE FEBRERO DE 2017
Acompañados por el Profesor Pablo Becerra Iturgaiz



Tal como teníamos previsto, gracias al planing de viaje que había preparado Pablo, salimos desde la Plaza de Gipuzkoa en Donostia, a las 8 h. en un autobús bastante amplio que se completó con 63 personas. Hubo mucha demanda para esta salida y algunos socios y cursillistas por desgracia,  se quedaron sin plaza.

Salimos hacia Fitero, población navarra de 2062 habitantes,  que pertenece a la comarca de la Ribera Tudelana.  Durante el trayecto (183 kms.) Pablo nos fue explicando todos los lugares por los que íbamos atravesando, desde la zona de Montaña hasta la Ribera, pasando por la Zona Media.

Todos los comentarios técnicos de ambas visitas son del profesor Pablo Becerra, que ha sido un guía perfecto. Los incluimos en esta reseña del viaje al objeto de que podamos tener los datos completos, incluso las personas que no pudieron ir al viaje.


Con 2.062 habitantes (2014), Fitero se halla situada en el extremo suroccidental de la Comunidad Foral de Navarra, en la comarca de la Ribera Tudelana, en el valle del Río Alhama, junto la carretera Cintruénigo-Cervera, a 4 Km de la nacional Pamplona-Madrid. Su centro comercial es Tudela, a 23 Km, mientras que Pamplona dista 104 Km. A 4 Km en dirección a Cervera del Río Alhama (La Rioja), se encuentran los famosos Balnearios de aguas termo-medicinales, alimentados por dos manantiales naturales que surgen del Macizo de Roscas y explotados desde época romana.

Su altitud respecto al nivel del mar es de 421 metros. El clima es de tipo mediterráneo continental, propio de la Depresión del Ebro, con veranos secos, temperaturas con grandes oscilaciones anuales, pocas lluvias e irregulares (menos de 500 mm. anuales) y fuerte presencia del cierzo. 

Como todos los pueblos riberos de Navarra, la villa de Fitero se inserta en un territorio de gran tradición hortícola, gracias a la  agricultura de regadío posibilitada por el caudal del sobreexplotado río Alhama, afluente del Ebro por su derecha. Las huertas, sostén de una significativa industria agroalimentaria conservera, conviven en perfecta armonía con el secano de vides, olivos y cereales. 
 


El escudo de armas de la villa está constituido por una mata de romero en la parte superior y una parra en la inferior, alusiones ambas del entorno natural y agrícola. Se acompaña con la cruz de la Orden Militar de los Caballeros de Calatrava (cruz griega flordelisada), símbolo de la estrecha relación histórica existente entre la mencionada institución y el monasterio cisterciense.
Escudo de la villa de Fitero

A media mañana, visitamos de modo guiado las dependencias abiertas al público del antiguo Monasterio Cisterciense de Santa María la Real de Fitero, el más importante en su estilo del reino de Navarra.

Desde su fundación en el siglo XII y hasta el siglo XVI el Monasterio de Fitero careció de un emblema heráldico propio. Durante este periodo los abades utilizaron su propio sello personal. A partir de finales del siglo XVI, después de los decadentes abadiazgos de Martín Egües y Pasquier (1503-1540) y el de su sobrino Martín Egües y Gante (1540-1580), se oficializa un emblema definitivo, si bien, se siguieron utilizando los sellos de cada abad. El escudo oficial, sobre la cruz de Calatrava, está dividido en tres campos: en el primero se representa el apoteosis de San Raimundo, primer abad de Fitero; en el segundo los emblemas de cuatro órdenes de caballería dispuestas en cruz: Calatrava, Alcántara, Cristo y Montesa; en el tercero un brazo de abad cubierto por la colluga y sosteniendo un báculo.
 
Escudo del Monasterio de Santa María la Real de Fitero (S. XVI-XIX)

El Monasterio de Santa María la Real de Fitero es el más importante y antiguo de las abadías cistercienses que se fundaron en el reino de Navarra durante la Edad Media. Tras él se estableció el monasterio de Santa María la Real de la Oliva en 1145, la abadía femenina de Santa María de la Caridad de Tulebras en 1147, la de Santa María la Real de Iranzu en 1176 y el ingreso del monasterio benedictino de San Salvador de Leyre en el Císter en 1239.

La abadía de Fitero se fundó en 1140 en la localidad riojana de Niencebas (despoblado de Alfaro) al pie de la Sierra de Yerga con monjes venidos del monasterio cisterciense francés de Escaladieu (Altos Pirineos) y bajo filiación de la abadía madre de Morimond (Champagne).  El terreno fue donado por el rey Alfonso VII de Castilla y León con la protección pontificia de Eugenio III. Su primer abad fue San Raimundo de Fitero, de origen no consensuado (francés de Saint Gaudens, catalán de Barcelona o Tarragona o aragonés de Tarazona) y fundador de la Orden Militar de Calatrava. En 1141el obispo de Calahorra, Sancho de Funes (1118-1146), consagró el primer altar de la iglesia monacal.

En 1155, impelidos por las inhóspitas condiciones del árido y frio entorno del emplazamiento riojano, la comunidad se trasladó definitivamente a su actual ubicación, en un entorno perteneciente en ese momento al reino de Castilla, que ofrecía condiciones más amables y fértiles junto al río Alhama, afluente del Ebro por su derecha.  Desde ese momento y hasta mediados del siglo XIII,  beneficiados por múltiples favores de los monarcas de la Corona de Castilla y de la Santa Sede, se posibilitó la construcción de una abadía pétrea de proporciones gigantescas, bajo presupuestos estéticos cistercienses ligeramente alejados de las normas fundacionales de San Bernardo de Claraval. el impresionante conjunto monacal.

La influencia navarra en el Monasterio de Fitero se inició a comienzos del siglo XIV, abriéndose una larga disputa con Castilla por su posesión. Las discrepancias entre ambos estados medievales finalizaron con una sentencia del cardenal Guido de Bolonia, en 1373, por la que Fitero se incorporó definitivamente al reino de Navarra.

Tras un siglo de crisis, en 1482, el abad Miguel de Peralta (1480-1503) fomentó la creación del actual pueblo de Fitero por motivos de seguridad para el Monasterio. En este contexto, la iglesia monacal fue utilizada simultáneamente como parroquia para sus moradores. La organización de la vida civil y religiosa se fue plasmando en ordenanzas municipales, censales y cofradías. El abad y los monjes se fueron haciendo con la jurisdicción civil y espiritual durante el siglo XVI, e incluso con la criminal en el XVII, con lo que Fitero y sus habitantes estuvieron en régimen de señorío monacal hasta el siglo XIX.

Los siglos XVII y XVIII fueron de luchas y enfrentamientos entre la villa y sus abades hasta que, tras la expulsión de éstos en 1836 como consecuencia de la Desamortización del ministro liberal Juan Álvarez Mendizabal, la villa consiguió definitivamente su emancipación jurídica. A partir de ese año y desaparecida la comunidad cisterciense la fábrica monástica fue progresivamente colonizada por el ayuntamiento y los pobladores de Fitero. Esta circunstancia nos explica que la abadía ha llegado a los albores del siglo XXI embutida entre las edificaciones del pueblo de Fitero, alguna de ellas invadiendo incluso parte del conjunto (casas particulares, cine, etc…).

En el vasto conjunto del Monasterio de Fitero, probable primera fundación  de la Orden cisterciense en la Península, se distinguen en la actualidad dos grandes épocas constructivas, correspondientes a la etapa medieval (siglos XII-XIII) y a la Edad Moderna (siglos XVI-XVIII), coincidiendo con una etapa de reforma y esplendor. A la primera y ajustada a principios estéticos cistercienses, pertenecen el templo abacial, la sala capitular, así como restos del dormitorio y refectorio, piezas estas de las últimas transformadas para otros usos siglos más tarde. De la segunda datan el claustro y sobreclaustro, palacio abacial, hospedería, sacristía, biblioteca y capilla actual de la Virgen de la Barda.

El gran templo cisterciense se inició hacia 1175 por la cabecera y se continuó en el siglo XIII, por las naves, hallándose concluido para el año 1247, en que Rodrigo Ximénez de Rada, arzobispo de Toledo y gran mecenas de Fitero, concedió bula de indulgencias de Inocencio IV para los que lo visitasen en el día de su dedicación. Su planta sigue muy de cerca el tipo de las iglesias abaciales de los monasterios franceses de Clairvaux y Pontigny y es muy parecida a la de Poblet. Presenta una gran cruz latina con tres naves, con cabecera de girola de cinco capillas raciales, la central siguiendo la tradición borgoñona. Capillas con ábsides semicirculares se adosan así mismo a los brazos de la cruz, dos a cada lado. El sistema de alzados se resuelve siguiendo el tipo de apoyos hispano-languedocianos, con grandes pilares cruciformes con pares de semicolumnas adosadas en sus frentes y columnillas en los ángulos, si bien en las naves se simplifican.

En la cabecera, rodeando la capilla mayor, se utilizan unos grandes fustes cilíndricos en los que apoyan arcos apuntados y las nervaduras de las cubiertas, de clara raigambre protogótica, ya que preanuncian lo que unos años más tarde se iba a emplear en la Colegiata de Roncesvalles, primer templo gótico pleno en Navarra. Finalmente, también se utilizan con profusión las ménsulas del arte cisterciense (cul de lampe).

Como cubiertas se utilizan las bóvedas de crucería, jalonadas por potentes fajones y configuradas con grandes nervios de sección. Las capillas de la cabecera lo hacen con bovedillas de cuarto de esfera sin nervios, de inspiración románica, a excepción de la central que incorpora dos debido a sus mayores dimensiones; el presbiterio lo hace con una cubierta gallonada.

La iluminación del templo se logra a través de vanos de dos tipos: ventanales aboncinados de medio punto a lo largo de las naves y girola (éstos de proporciones más reducidas) y grandes rosetones en los brazos y hastial.

El interior del templo, de acuerdo con las ideas depuradoras de San Bernardo, se reduce a pura estructura, sin concesión alguna para el ornato. La luz, que traspasa los ventanales, determina un espacio grandioso, a la vez que recogido, por la limpieza de muros de toda la fábrica.

Al exterior la iglesia aparece como una enorme mole pétrea que emerge sobre el caserío; sus muros son de sillería bien trabajada y se hallan jalonados por grandes contrafuertes prismáticos entre los que se alojan las ventanas. En la fachada, situada a los pies, se abre una pequeña portada abocinada de medio punto, de inspiración románica tardía en estructura y decoración. Los anexos posteriores barrocos (sacristía y capilla) se erigen con ladrillos, así como la esbelta torre prismática que emerge rompiendo la horizontalidad de las edificaciones medievales. Esta última fue levantada en el siglo XVII, tras derruirse las antiguas torrecillas de vigilancia, aprovechando la escalera de caracol de una de ellas.

A partir del siglo XVI, se levantaron nuevas dependencias, algunas de ellas para el servicio del templo. La capilla bautismal se levantó aneja a la nave de la Epístola, en un momento en que el pueblo de Fitero se iba formando poco a poco y era necesaria la ubicación de una parroquia que administrase tal sacramento. De la primera mitad del siglo XVI datan las tres bóvedas estrelladas gótico-renacentistas de los tres tramos de los pies, levantadas en la misma época que el claustro y bajo el mecenazgo del abad Martin Egües y Pasquier (1503-1540). A finales de la misma centuria, se levantó el coro alto a los pies del templo en sustitución de otro medieval que estuvo situado en el centro de la nave mayor.

Del siglo XVII-XVIII datan la sacristía y la actual capilla de la Virgen de la Barda construidas ambas en el estilo barroco. La sacristía, situada entre el brazo del crucero y la girola, es de planta rectangular, con tres brazos cubiertos por bóvedas de medio cañón con lunetos y hornacinas de medio punto abiertas en los lados mayores para albergar las cajoneras. Su aspecto barroco le viene dado por las pilastras suspendidas con placados y golpes de yesería y las ménsulas de angelotes de las esquinas. Su decoración de cornucopias, mesa rococó y florones dorados de la techumbre cooperan decisivamente al aspecto dieciochesco de la estancia.

La capilla de la Virgen de la Barda se construyó entre 1732 y 1736 para servir de panteón a los restos de un noble abad del siglo XVII, Plácido del Corral y Guzmán. Tiene una planta combinada, parecida a la de San Isidro en Madrid, con la sucesión de dos tramos cuadrados, el primero cubierto por bóveda de medio cañón con lunetos y el segundo por cúpula con linterna, y cabecera en artesa rematada en cuarto de esfera. Un extenso programa decorativo llenaba sus muros, aunque actualmente sólo quedan las yeserías de las cornisas y fajones y las pinturas fingidas y de perspectivas de las pechinas y la cúpula.

Por lo que respecta al resto de las dependencias medievales, tan sólo queda en pie la sala capitular, estancia de dimensiones cuadradas cubierta por nueve tramos de bóvedas de crucería con nervios de sección trilobulada que apean en cuatro columnas exentas y en otras adosadas a los muros, siguiendo un plan similar al de otros capítulos monacales. Los capiteles, tallados en poco relieve, se decoran con diversos motivos inanimados como acanaladuras, arcos diferentes, hojas esquemáticas y entrelazos. Su construcción data del año 1247 en que se finalizaron las obras del templo.

Al igual que en este último, la impresión es la gran sobriedad y de una exquisita armonía en todas sus proporciones. Restos medievales quedan en los muros de la zona inferior de la biblioteca, estancia que se levantó en el siglo XVII, hundiendo la techumbre primitiva del refectorio medieval, pero aprovechando sus muros con las ventanas abocinadas. El dormitorio medieval conserva aún su estructura rectangular, cubierta por grandes fajones apuntados, pese a las transformaciones que ha sufrido a lo largo de los siglos. Asimismo, son perceptibles restos de la muralla que rodeaba el recinto en 1285, de la cocina y bodega.

El claustro original no se conserva. El actual es renacentista de planta cuadrada, en la que se suceden arcadas apuntadas y contrafuertes exteriores. El sistema de apoyos y cubiertas varía según la época constructiva; así, en la crujía oriental, levantada en la primera mitad del siglo, se encuentran múltiples columnas con capitel corrido, arcos muy apuntados y sencillas bóvedas estrelladas mientras que el resto de las plantas construidas a partir de 1550 aparecen pilares cada vez más simplificados y bóvedas de diseño muy complicado y arcadas menos apuntadas. Como obra de estilo plateresco, la decoración de medallones, heráldica, símbolos, mascarones, bucráneos y motivos "a candelieri" cubre las claves, frisos y ménsulas, destacando por su calidad algunos bustos como los del profeta Elías, San Bernardo y San Benito. El sobreclaustro, construido en el estilo herreriano a partir de la última década del siglo XVI, se concluyó para 1613 siendo abad Ignacio de Ibero, según reza una inscripción que recorre el friso. El esquema purista de las arcadas de sus galerías con medios puntos entre pilastras y antepechos cajeados, todo en noble sillería, representa al arte escurialense que impuso una férrea disciplina estética en todas las construcciones de la época.

En cuanto a las dependencias, merecen mención el dormitorio nuevo, levantado a fines del siglo XVI y muy remodelado, y la biblioteca, que se construyó sobre los muros del refectorio medieval en torno al año 1614. Está formada por bóveda de medio cañón con lunetos y fue remodelada en el siglo XVIII con gran cornisa y placados de finas yeserías.

Dentro del templo abacial se custodian una buena parte del tesoro artístico del cenobio cisterciense de diferentes estilos artísticos. Destaca el retablo mayor, con tablas pintadas por el artista flamenco Roland de Mois, es una de las mejores obras pictóricas conservadas en Navarra del siglo XVI. Su arquitectura y las esculturas estaban colocadas en 1583, en tanto que la obra del pintor flamenco data de 1550-1591. La traza, debida a Diego Sanchéz, es de estilo vignolesco, con órdenes arquitectónicos superpuestos entre dos grandes columnas de orden gigante sin ningún tipo de decoración, algo inusual en los retablos renacentistas del momento y que pone al de Fitero en clara relación con el del Escorial. Las esculturas, por el contrario, se pueden incluir en el romanismo miguelangelesco, estilo imperante en la región durante aquellas décadas del siglo XVI. En las tablas se representan diversos ciclos, uno con escenas de la Infancia de Cristo, otro con santos de la orden del Cister y otro con los santos de la iglesia universal y de gran popularidad entre los monjes. Todas las pinturas destacan por la gama de colorido veneciano y por las cuidadas composiciones, en la Epifanía, el autor realizó una réplica del mismo tema que años antes había hecho en el Monasterio de la Oliva; la Adoración de los Pastores supone una experiencia lumínica, similar a las que realizaban algunos pintores como Navarrete el Mudo en el Escorial; otras tablas como el San Juan Bautista derivan directamente de Tiziano, mientras que el Evangelista es miguelangelesco. Roland de Mois fue ayudado por su colaborador Felices de Cáceres, en cuyo círculo hay que situar el retablo de la Asunción de la Virgen, fechable al igual que el retablo mayor en los últimos años del siglo XVI, dentro del círculo aragonés.

Gran interés ofrece la colección de orfebrería por la calidad y la tipología de algunas de sus piezas como la naveta de concha y plata dorada, datable en la segunda mitad del siglo XVI que se relaciona con piezas de Rotterdam de hacia 1590. Pieza excepcional es la arqueta de cobre esmaltado de hacia 1200 con diversos temas figurativos que relacionan la arqueta con la píxide de Esparza de Galar, piezas salidas, muy posiblemente, de talleres ambulantes no lejanos a Silos. Otras arquetas de marfil y madera, realizadas en diferente estilos y técnicas, forman parte del tesoro, encabezando la serie la pequeña caja de marfil firmada por Halaf en el año 966 y realizada en estilo califal, con decoración de motivos vegetales que la sitúan en la producción de la primera etapa de las talleres califales de Medina Azahara. A fines del siglo XI se fecha otra arqueta recubierta por finas planchas de marfil, con decoración de círculos incisos con escenas de cetrería. Un tercer cofre románico de madera pintada pertenece al siglo XII y otra arqueta de estilo francogótico contemplan esta rica colección. 

 

Planta del Monasterio Cisterciense de Santa María la Real de Fitero

Después de visitar el Monasterio, cogemos de nuevo el autobús para dirigirnos al Monasterio de Santa María de Veruela, que está ubicado actualmente en el término municipal zaragozano de Vera de Moncayo. El itinerario es de 46 kms. Cuando llegamos, vemos que el pueblo está justo bajo el Moncayo, con sus nieves perpetuas, con lo que hace un frío bastante considerable.

Antes de visitar el Monasterio vamos a comer al Restaurante Molino de Berola en la carretera a Agramonte de Vera del Moncayo. (Tf. 976646550). Nos dan muy bien de comer:
-          Menestra de verduras
-          Codillo con patatas a lo pobre (patatas panadera)
-          Flan con chantilly
-          Bebida y café

Tras el almuerzo, visitamos  el Real Monasterio Cisterciense de Santa María de Veruela, de modo guiado, en principio, porque luego no apareció la guía y dirigió la visita Pablo, que creo que fue mucho mejor. Este monasterio fue el primer y más importante de esta Orden en el antiguo reino de Aragón.
 
Escudo del Monasterio de Veruela

El sello oficial del Monasterio de Veruela está conformado por una “b” gótica con vara florida de oro (amarilla) junto a un báculo y mitra abaciales de oro, todo ello en un campo de azur (azul).

Se localiza en el valle del hoy sobreexplotado río Huecha (en aragonés la Huecha), afluente del Ebro por su derecha, al pie de la Sierra del Moncayo, en el actual término municipal de Vera de Moncayo. Forma parte de la comarca zaragozana de Somontano de Moncayo, cuya capital es Tarazona (distante 12 kms.). El topónimo del monasterio alude al diminutivo de Vera, a su vez, alusivo a la ribera del río.

La historia de este monasterio se inicia a mediados del siglo XII, una vez que el territorio fue conquistado a los almorávides por parte del rey de Aragón Alfonso I el Batallador (1104-1134) y como consecuencia de la pérdida andalusí de las importantes ciudades de Zaragoza (1118) y Tudela (1119). De modo inmediato, su sucesor en el trono, Ramiro II el Monje (1134-1157) repartió las tierras conquistadas entre sus nobles con la finalidad de consolidar su control militar y proceder a su repoblación con recursos humanos cristianos.

En este contexto histórico, en 1141 Pedro de Atarés (1083-1151), descendiente noble de una rama bastarda de la casa real de Aragón y su madre Teresa Cajal, a imitación de los monarcas, donaron los valles de Veruela y Maderuela, en torno al río Huecha, a los monjes cistercienses de la abadía francesa de Escaladieu (Altos Pirineos) para que se fundase un monasterio bajo la advocación de la Virgen. Sin embargo, el Capítulo General de la Orden no dio el permiso para que se procediese a la fundación hasta 1145, siendo, por consiguiente, el monasterio cisterciense más antiguo de Aragón. La donación fue confirmada en 1155 por el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, en ese momento príncipe de Aragón por casamiento con la reina Petronila. La fundación monacal se llevó a cabo en 1146 bajo la afiliación de la abadía madre de Morimond (Champagne) y, dado que todavía vivía San Bernardo de Claraval (+ 1153), el proyecto constructivo inicial se ajustó estrictamente a las normas estéticas y organizativas establecidas en la “Apología a Guillermo” (1124).

Esta fundación sentó precedente en el reino de Aragón. Con posterioridad a Veruela, se llevaron a cabo otras fundaciones con diversos comitentes. En la segunda mitad del siglo XII le seguirían las fundaciones del Monasterio de Nuestra Señora de Rueda en Escatrón (Zaragoza) en 1182, del Monasterio femenino de Nuestra Señora de la Gloria de Casbas (Huesca) en 1172, Monasterio de Santa María de Piedra en Nuévalos (Zaragoza) en 1194 y, finalmente, alrededor de 1208, el monasterio femenino de La Concepción de la Virgen de Cambrón en Sádaba (Zaragoza).

El entorno geográfico de los terrenos ofrecidos por Pedro de Atarés reunía todos los requisitos exigidos por la Orden del Císter. Era un paraje relativamente alejado de núcleos de población, rodeado de frondosos bosques de carrascas, que garantizaban la estricta observancia de la “fuga mundi”. Además, disponía de tierras cultivables junto al río Huecha (monjes roturadores), disponibilidad de inagotables canteras de piedra caliza procedente de la Sierra del Moncayo y abundancia de agua potable, proporcionada por el Huecha, río, en ese momento de curso constante, que desde la ladera noreste del Moncayo recorre un árido territorio a lo largo de 51 kms. hasta confluir con el Ebro en Novillas. Este valle con el tiempo será utilizado por los monjes cistercienses como eje de expansión territorial para ampliar sus propiedades y granjas hasta al punto de que el Monasterio de Veruela fue el principal poder político en las actuales comarcas zaragozanas de Somontano de Moncayo y Campo de Borja hasta 1836.

Entre 1146 y 1200 se levantaron la mayor parte de las dependencias monásticas medievales, ajustadas a un proyecto constructivo de proporciones imponentes y ligeramente alejado de las austeras directrices estéticas fundacionales. Todo ello para alojar una comunidad de no menos de 40 monjes de coro y rodeado de una tapia de aislamiento, que simbolizase el deseo de huir del mundo terrenal (la actual, almenada y en parte de adobe, es obra del abad Lope Marco (1539-1560).

En el siglo XIV la fábrica monacal original se vio muy afectada como consecuencia de la Guerra de los Dos Pedros (1356-1369), un conflicto bélico intermitente que enfrentó a las Coronas de Castilla (Pedro I) y Aragón (Pedro IV) por disputas territoriales fronterizas en Murcia. Veruela, monasterio aragonés muy cercano a la frontera con Castilla, fue saqueado por el ejército castellano, generando consecuencias devastadoras. Se destruyó el claustro original, siendo reconstruido en 1366 con parámetros dominantes góticos (gárgolas, tracerías de diseño complicado), si bien, los capiteles utilizados responden a la austeridad decorativa.

Entre 1472 y 1617 Veruela fue gobernado en general por abades comanditarios, eclesiásticos no residentes que compraban el cargo en beneficio propio. Durante este periodo, el monasterio estuvo administrado frecuentemente por los arzobispos de Zaragoza como abades de Veruela. Destacaron los arzobispos-abades Juan de Aragón (1472-1475), hijo bastardo del rey Juan II de Aragón y Hernando de Aragón (1534-1539), nieto bastardo de Fernando el Católico. Contrapunto al periodo de decadencia fue Lope Marco (1539-1560), abad residente, reformador e introductor del Renacimiento en el monasterio. Reflejo arquitectónico constatable de esta convulsa etapa fue la construcción del Palacio Abacial, construido por el abad Carlos Cerdán Gurrea (1561-1586) como residencia personal, contraviniendo el espíritu cisterciense fundacional.

Para superar la crisis de los abades comanditarios, en 1617 el Monasterio de Veruela ingresó en la Congregación de Aragón, dando por terminada su vinculación con la abadía de Morimond. Se trataba de una institución monástica cisterciense, que englobó a las abadías de la Corona de Aragón y del reino de Navarra, que imitaba la unidad corporativa generada por el Capítulo General de la Orden pero con un carácter más nacionalista. Para Veruela, libre de la normativa establecida en el lejano Ducado de Borgoña, el cambio fue extraordinariamente beneficioso. Los abades pasaron a ser cuatrienales, hábito mantenido hasta la supresión monástica en la Desamortización del siglo XIX. Coincide este cambio político con el inicio de una de las ampliaciones mayores del monasterio. Se construyó con presupuestos barrocos el “Monasterio Nuevo” (siglos XVII-XVIII), adosado a las edificaciones medievales, con un nuevo dormitorio de monjes, conformado por 65 celdas individuales.

La vida monacal en Veruela se interrumpió por segunda vez a principios del siglo XIX. En el contexto de la Guerra de la Independencia (1808-1813) y como consecuencia de la puesta en práctica del decreto de desamortización de los monasterios y disolución de las órdenes regulares, promulgado por el rey José I Bonaparte, entre 1809 y 1813 la comunidad cisterciense fue exclaustrada y la abadía quedó vacía. Hubo que esperar a la huida del rey francés y la entronización de Fernando VII como nuevo rey de España en 1813 para que los monjes volvieran al monasterio.

En 1836 la Desamortización de los bienes de la Iglesia, ejecutada por el ministro liberal Juan Álvarez Mendizábal bajo la regencia de María Cristina de Borbón, provocó la exclaustración definitiva de los monjes, la confiscación y venta en subasta de sus tierras y edificios y el expolio del monasterio de Veruela que desde comienzos de siglo estaba sumido en una irremediable decadencia. No obstante, la Comisión Central de Monumentos Artísticos de Madrid reclamó su conservación y evitó la subasta de la fábrica monacal, salvándolo de su total destrucción. El conjunto fue convertido en una hospedería para clientes con solvencia económica de Madrid y Zaragoza con la finalidad de que disfrutasen de los parajes naturales y del saludable aire del Moncayo. El escritor romántico Gustavo Adolfo Bécquer y su hermano, el pintor Valeriano, disfrutaron junto a sus familias de una larga estancia verolense entre diciembre de 1863 y julio de 1864, cuyos frutos artísticos fueron la serie de nueve cartas tituladas “Desde mi celda”, escritas por Gustavo Adolfo para el diario madrileño El Contemporáneo (mayo a octubre de 1864) y varios álbunes de dibujos y acuarelas, entre los que destaca “Expedición de Veruela” de Valeriano que regresó de nuevo en agosto de 1865. El escritor estaba familiarizado con la zona desde mucho antes (su esposa era de Noviercas, en la zona moncaína soriana) y el paisaje del Moncayo le sugirió algunas de sus leyendas más famosas como “El monte de las ánimas” (1861), “El gnomo” y “La corza blanca” (1863).

Entre 1877 y 1975 las dependencias del antiguo monasterio fueron utilizadas como noviciado y colegio por la Compañía de Jesús. Fue declarado Monumento Nacional en 1919, decreto ampliado en 1928.

En 1976 el estado cedió el usufructo del monasterio a la Diputación Provincial de Zaragoza para su rehabilitación y conservación. Desde 1998 Veruela es de titularidad de dicha Diputación que, además de continuar las obras de restauración, lo mantiene abierto al público, utilizándolo como sede de actividades culturales como exposiciones, cursos o festivales musicales. Desde principios del siglo XXI existe un proyecto para ubicar en Veruela un Parador Nacional.



Planta del Monasterio de Veruela
Planta de las dependencias medievales del  Real Monasterio de Santa María de Veruela


Durante toda la duración del viaje, nuestro fotógrafo “profesional” Jose Luis Basterra, nos hizo unas fotos preciosas que están ya en el Blog para quien quiera verlas.
Después de la visita y con mucho frío, regresamos al autobús, porque no había ni monjas ni frailes para vender alguna cosa, aunque fueran  dulces. Estos monasterios ya no son lo que eran.
Llegamos a Donosti hacia las 9 de la noche. Hasta la próxima excursión, que esperamos poder acoger a todos los que estén interesados.