jueves, 30 de julio de 2020

Hogar, dulce hogar, tras la pandemia.

    La pandemia confinó a los ciudadanos. Tras más de cuarenta días de encierro, las casas dejaron de ser esos lugares a donde íbamos a pasar algunas horas del día y la noche para convertirse en hogares, con mayúsculas, donde pasar las 24 horas del día. Esta novedosa e inesperada circunstancia priorizará otros aspectos en futuras decisiones de compra o alquiler de una vivienda: aumentará la demanda de casas con terraza, espacios exteriores y fuera de las grandes urbes.

    Tenemos viviendas pensadas para nuestros padres y abuelos: diseñadas para otro tipo de funcionamiento de la sociedad; haber permanecido en casa confinados -o con serias restricciones para salir- más de tres meses nos está haciendo dar cuenta de ello y poner la atención en cuestiones tales como si entra la luz de forma suficiente o no, si nos llega el sol, si hay ventilación cruzada, etc., y debido a ello se está valorando más tener espacios como balcones, terrazas o galerías.

    Acostumbrados a estar más tiempo fuera de casa, no hemos prestado la suficiente atención a los espacios interiores de la casa. A ello se suma que muchas veces se considera la vivienda más como una inversión que como un bien de uso. Lo ideal sería disponer de hogares con distribución flexible: de hecho ya existen técnicas constructivas que permiten mover tabiques y adaptar los espacios en función de las necesidades: viviendas donde se pueda trabajar, jugar, convivir, etc., pero hoy en día se compran casas sin terraza por el sobrecoste que implica, prefiriendo, en su caso, una habitación más.

    De pronto, balcones y terrazas se han convertido en espacios envidiados por quien vive en una casa sin ellos. Todos vemos en las fachadas de los edificios de principios del siglo XX que esas casas disponen, generalmente, de, al menos, un pequeño balcón; en las décadas de los sesenta y setenta los edificios comenzaron a incorporar con mucha frecuencia una o incluso dos terrazas por vivienda, que, curiosamente, en las décadas de los ochenta y noventa muchas de ellas se cerraron para ganar espacio, como es fácilmente comprobable paseando por muchos barrios; además, los espacios exteriores -bajos, áticos, garajes, zonas de esparcimiento común como jardines o piscinas, etc.- nunca han supuesto un porcentaje muy alto del total edificado, salvo en zonas muy exclusivas

    En medio de la incertidumbre, ante la posibilidad de nuevos confinamientos, y dada la experiencia que hemos adquirido al ver de la noche a la mañana nuestra casa convertida en muchos casos en un lugar “multiusos” -centro de trabajo, de estudio, de cuidado de niños y/o ancianos, de ocio…-, el concepto de “hogar” en el futuro puede cambiar bastante ante esos nuevos usos que se le pueden dar a la casa; así, no es extraño que muchas familias se empiecen a plantear instalarse en poblaciones cercanas alejadas del centro de la ciudad, donde se pueda acceder a casas mayores, más abiertas, con espacios exteriores, como empieza ya a constatarse en otros países con una mayor implantación del teletrabajo. El problema es que si aumenta la demanda de este tipo de inmuebles, éstos podrían sufrir un incremento del precio.

    Otro efecto del confinamiento ha sido la presencia de más personas durante más horas en la casa realizando actividades diversas, lo que ha puesto a prueba nuestras viviendas: su adaptabilidad para alojar nuevas actividades y permitir su convivencia con las habituales en un mismo espacio, la necesidad de ventilación para renovar el aire con mayor frecuencia, las condiciones de aislamiento acústico entre espacios colindantes, poder disfrutar o carecer de vistas y espacio exterior, la necesidad de intimidad o, simplemente, la posibilidad de movernos lo suficiente como para mantener el cuerpo físicamente en forma. 

    Cuando el uso de los espacios urbanos nos queda vetado, cuando la ciudad desaparece y queda la vivienda, disponer de un espacio digno donde habitar es una necesidad básica. Espacio digno en tamaño, orientación, zonas exteriores, ventilación, iluminación, confort térmico y flexibilidad para adaptarse a situaciones más o menos provisionales, pero que en el futuro pueden generalizarse; todos ellos aspectos que definen un nuevo concepto de vivienda sostenible.


LA PANDEMIA Y LA SUPERPOBLACIÓN.