domingo, 8 de diciembre de 2019

La Cestera


La cestera (un pequeño homenaje)

Cuando vas llegando a cierta etapa de la vida, aparecen en tu mente recuerdos, quizás no olvidados pero en un segundo plano, sobre todo de las épocas más lejanas de tu existencia, por ejemplo la niñez y la adolescencia.

Dicen que no hay que mirar al pasado y que, a cierta edad, debemos centrarnos principalmente en el presente, porque nuestro futuro es bastante precario. A mí sí me gusta echar la vista atrás y recordar esos momentos, unos felices y otros no tanto, pero que forman parte de mi existencia y en algunos casos del entorno en el que ha transcurrido mi vida. Además creo que nuestros niños y jóvenes tienen que conocer cómo eran nuestras costumbres a su edad, porque hay cosas que no cuentan los libros ni los periódicos.

Ese es el caso de “La cestera”. Supongo que las personas de mi generación que lean esto las recordarán perfectamente. Se colocaban estratégicamente en las calles en las que había algún cine (oficial o parroquial).

Yo recuerdo perfectamente la cestera que se ponía en la esquina de la calle Trueba, frente a las taquillas y entrada al cine por la que se llegaba al piso alto, es decir “gallinero”. Estas eran las localidades a las que tenían acceso los adolescentes y los que no tenían “posibles” para anfiteatro y butaca. Por supuesto el “gallinero” era la entrada más barata.

Antes de entrar al cine comprábamos en la cestera las chuches que nos permitía nuestra paga dominical, que creo recordar que solía ser de 2,50 ptas. Con ese dinero hacíamos milagros: 10 tiras de chicle a 0,10 ptas. c/uno y un chupete de caramelo (todavía no existían o no estaban de moda los chupa-chups), y si nos llegaba, una tira de regaliz o un chicle cheiw que era más caro porque hacía más globos.

Con todos estos tesoros entrábamos a ver la película –tolerada, por supuesto- y así pasábamos nuestra tarde de domingo perfecta.



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