La cestera (un pequeño homenaje)
Cuando vas llegando a cierta etapa de la vida, aparecen en
tu mente recuerdos, quizás no olvidados pero en un segundo plano, sobre todo de
las épocas más lejanas de tu existencia, por ejemplo la niñez y la
adolescencia.
Dicen que no hay que mirar al pasado y que, a cierta edad, debemos centrarnos principalmente en el presente, porque nuestro futuro es bastante precario. A mí sí
me gusta echar la vista atrás y recordar esos momentos, unos felices y otros no
tanto, pero que forman parte de mi existencia y en algunos casos del entorno en
el que ha transcurrido mi vida. Además creo que nuestros niños y jóvenes tienen
que conocer cómo eran nuestras costumbres a su edad, porque hay cosas que no
cuentan los libros ni los periódicos.
Ese es el caso de “La cestera”. Supongo que las personas de
mi generación que lean esto las recordarán perfectamente. Se colocaban
estratégicamente en las calles en las que había algún cine (oficial o
parroquial).
Yo recuerdo perfectamente la cestera que se ponía en la
esquina de la calle Trueba, frente a las taquillas y entrada al cine por la que
se llegaba al piso alto, es decir “gallinero”. Estas eran las localidades a las
que tenían acceso los adolescentes y los que no tenían “posibles” para
anfiteatro y butaca. Por supuesto el “gallinero” era la entrada más barata.
Antes de entrar al cine comprábamos en la cestera las
chuches que nos permitía nuestra paga dominical, que creo recordar que solía
ser de 2,50 ptas. Con ese dinero hacíamos milagros: 10 tiras de chicle a 0,10 ptas.
c/uno y un chupete de caramelo (todavía no existían o no estaban de moda los
chupa-chups), y si nos llegaba, una tira de regaliz o un chicle cheiw que era
más caro porque hacía más globos.
Con todos estos tesoros entrábamos a ver la película –tolerada,
por supuesto- y así pasábamos nuestra tarde de domingo perfecta.
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