domingo, 17 de noviembre de 2024

Ermita de San Andres. Soraluce

Para acceder a esta ermita se parte del centro urbano de Soraluze por una carretera asfaltada que por las calles Estación y Zeleta y tras 1,5 kms, llega a una bifurcación que conduce hacia los barrios de San Andrés y Txurruka. Una vez allí, se toma el desvío a la izquierda. Después de 2,5 kms aparece el núcleo del barrio de San Andrés donde se encuentra la ermita y que continua por el antiguo camino que llevaba a Azkoitia.

 

 

Está citada en el Compendio de 1625 de Lope Martínez de Isasti; por Pablo Gorosábel en 1862 y en el Inventario de Domingo Irigoyen de 1934. Sin embargo los datos históricos sobre su fundación los recoge Elorza Maiztegui quien señala la existencia de un documento en el Archivo Histórico de Protocolos de Gipuzkoa (Legajo 3663. Esn  Joan de Churruca) donde figura: El día 7 de julio de 1588 la mayor parte de los vecinos de la villa se encaminaron al lugar de “Itxasoeguigoitia”, encabezados por el alcalde Martín Ibañez de Arizaga, a fin de determinar el trazado de la nueva ermita, la manera de conseguir la limosna necesaria para su financiación y solucionar el problema de los caminos de acceso desde Placencia y las villas de Azcoitia y Azpeitia, así como de otras casas de la jurisdicción”. El procurador síndico del concejo Pedro de Herlaegui, formuló la licencia de edificación al Obispo de Calahorra. Las obras se verificaron con bastante rapidez porque el 18 de diciembre del mismo año se dispuso de la campana, construida por Francisco de Sant, del valle de Oquendo, Álava, por el precio de 13.140 maravedíes. Pesaba 103 y medio kilogramos. La ermita pronto recibe donaciones como la de Juan de Ibáñez quien dejó 4 reales en su testamento de 1598, y un real Domingo de Barrenechea en 1610.

Se trata de un gran edificio de 20 x 15 metros, con atrio cubierto de 4,6 m. de vuelo apoyado sobre todo el muro derecho. Tejado en cinco vertientes Orientación O. Sobre la puerta de entrada descuella una gran espadaña de obra con dos orbes y cruz de hierro forjado, con campana y veleta. Tras el ábside, sacristía de 2,4 x 9 m con tres ventanas. En el muro derecho, puerta de entrada con arco de medio punto dovelada y aguabenditera a la derecha. Una ventana y una aspillera. En su interior, bóveda deprimida, y retablo central policromado con dos columnas dóricas con fuste estriado, tímpano triangular y dos pináculos en su coronamiento. Alberto Santana y José Ángel Barrio señalan que “el presbiterio de esta amplia ermita gótica se protege de la suciedad que pudiera desprenderse de la armadura de cubierta mediante un “zeru” abovedado en cañón de ocho arcos rectilíneos, con las calles entre los fajones casetonadas a cinta y saetín y pintadas con labor de menado. Que este guardapolvo es un añadido clasicista, de principio del siglo XVII, se percibe por la decoración de dentículos del estribo sobre el que se apoya la estructura de carpintería. Obviamente se trata de una repetición a escala reducida del modelo de techumbre armado en el santuario eibarrés de Andramari de Arrate tan sólo unas décadas antes

En 1610, el imaginero de Tolosa, Jerónimo de Larrea, recibe el encargo de realizar el retablo con la imagen de San Andrés al centro y rematado con un crucifijo a un extremo, columnas de estrías, etc, de acuerdo con las condiciones que le había entregado el alcalde Martín López de Iturriaga, por un valor de 100 ducados aproximadamente. En 1622, el pintor de Azcoitia Joan de Arriola, fue quien por el precio de 1.000 reales realizó el dorado y perfeccionamiento de la imagen. Al colocar este retablo se retiró el anterior que era también de madera pero de construcción defectuosa. Tras las obras de remodelación, preside el altar la imagen del santo titular San Andrés, que según dicen es de madera de encina. Junto a ella, a la derecha, una talla de San Isidro Labrador con hoz y aya, y a su izquierda una talla de la Virgen. La mesa del altar está soportada por un grueso tronco. Posee coro y púlpito. La antigua casa seroral es hoy la sede de la sociedad recreativa del barrio.

 

 

Del conjunto llama la atención por su originalidad la imagen de San Isidro con laya y hoz. Juan San Martín señala esta circunstancia: “Se trata de una talla popular muy singular, que merece ser descrita. Su estilo es de primeros del siglo XVI o tal vez de la segunda mitad del XV. Pero lo asombroso del caso es que San Isidro no fue canonizado hasta 1621. ¿Representaría a otro santo en su origen? Todo es posible. Lo que sí parece es que, por la posición de los brazos, no se hizo para sostener una laya. Es de madera policromada (está repintada) y mide 73 cms de altura. De buen porte y con el característico hueco al dorso para mantener tensiones que podían deformar la madera. La haya actual es de púas alargadas, de las que Telesforo de Aranzadi atribuía dos siglos de antigüedad, no más, a éstas de horquilla muy larga. Pero tuvo otra laya anteriormente. La cual fue sustituida hace un par de años por estar apolillada. No hemos podido precisar sobre la laya anterior, pero según se explican en el barro de San Andrés, era de púas más cortas. La laya es sostenida con la mano izquierda. La posición alta de la mano hace pensar que seguramente no contenía esta herramienta en su origen. No obstante, el santo ha portado laya desde muy antiguo, si hemos de considerar, como dicen, que la anterior le fue retirada por estar ya muy carcomida a causa de la polilla. En la mano derecha porta una hoz que tampoco parece pertenecer la talla desde antiguo, y al igual que la laya no guarda proporciones con el cuerpo del santo. … A finales del siglo pasado o primeros del presente se le ha colocado un sombrero de copa alta, seguramente como atributo de jerarquía, como llevaban los alcaldes de la época. Razón de más para sospechar que antaño la cambiarían por otros objetos las herramientas que ahora lleva.”

La ermita conserva su propia cofradía cuyos miembros celebran un comida en el pórtico del templo el día siguiente de su fiesta, un domingo de principios de julio. Los mayordomos (dos representantes de distintos caseríos según turno establecido) se designan tras la misa de ese lunes. El día de San Isidro, hasta los años cincuenta, se sacaba en procesión la imagen del santo por los alrededores. El día de San Juan se bendecían las cruces (gurutxeak) hechas con madera de laurel (sahats) para luego colocarlas en campos y prados como protección contra todo mal (sakarreko-kontra).

       

Las campanas tañían al amanecer (albokoa), mediodía (eguardiko kanpaia) y anochecer (aingelua). En todos los casos se daba una única serie de doce golpes precedida y cerrada de un campanazo seco. Se silenciaba cuando empezaba a sonar la campana parroquial. Cuando ésta callaba, nuevamente la ermita de San Andrés clamoreaba con su metálica voz a base de golpes seguidos y no muy rápidos, de manera que se establecía una suerte de diálogo entre ambas campanas. Cuando se conocía el deceso de algún vecino y durante la conducción del féretro, se hacía el toque “ilkanpaia” consistente en siete golpes lentos si era hombre (aguardando a que el sonido se desvaneciese) y nueve cuando el difunto era mujer. En caso de incendio se toca a rebato (sukanpaia).

Ramiro Larrañaga comenta que “El alto de San Andrés fue siempre el “observatorio” local para prevenir las tormentas y avisar su inminente llegada con el tañido de la campana de la ermita (orenkanpaia). También avisaba de los incendios. Era un servicio gratuito que venía desempeñando el mayorazgo del caserío San Andrés o el de Arteta, ambos muy cercanos a la ermita contando con una asignación que tenía su origen en una cuota que pagaban anualmente todos los caseríos de la zona. No se sabe la razón que pudo tener el Ayuntamiento para prohibir en 1840 este servicio. Sin embargo, en 1857 se nombró a Cecilio Lizarriturri para que ejecutase esa labor como se venía haciendo anteriormente. Quedó en suspenso el nombramiento cuando poco después el párroco incitó a la desobediencia al campanero de la ermita de San Andrés, al parecer por cierto altercado que tuvo éste con el maestro de escuela”.

Las personas afectadas por el dolor de muelas (agiña-kontra) venían a rezar y encendían una vela ante el cuadro de Santa Lucía y Santa Apolonia (patrona de los dentistas). También acuden a los pies de San Andrés las madres con niños que empiezan a tartamudear. Por razones climáticas, la fiesta se trasladó del día de San Andrés (30 de noviembre) al domingo siguiente a Santa Isabel (8 de julio) pero desde 1852 pasó a celebrarse en domingo y no en día laborable. Hay misa y romería tradicional.

En los años noventa, los vecinos del barrio deciden acometer la restauración de la ermita aportando mano de obra en “auzolan”. La Diputación de Guipúzcoa apoya la iniciativa poniendo especial énfasis en el valor arquitectónico del templo y la necesidad de adoptar una postura de máximo respeto a sus elementos más significativos: estructura de madera, coro, pavimento cerámico, “zeru”, púlpito, retablos e imágenes. Las obras se iniciaron con un remozamiento general de la cubierta, consolidando su armadura de madera, reponiendo los cabrios deteriorados y renovando el enlatado y la teja. En una segunda fase se recompuso la bóveda de madera, se aplicó un tratamiento antixilófagos a toda la madera, se completó y limpió el pavimento de losetas de ladrillo y se pintaron las paredes. La iniciativa ejemplar del vecindario del barrio fue incentivada con la concesión de subvenciones de 1.000.000 ptas y 500.000 ptas en 1997 y 1998

 

BIBLIOGRAFIA

 

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