miércoles, 18 de noviembre de 2015

OTRO ANDARÍN.


UNA ALTERNATIVA

A estas alturas de la vida, uno no puede engañarse pensando que va a leer el libro de Frederic Gros ─Andar, una filosofia debe ser su título─ que se menciona en este mismo blog. Quien lo hizo entiendo que lo haría llevado por los fines más elevados. Pues bien, lo digo muy en alto: no lo leeré. Nadie me tiene que convencer de sus bondades, manifiestas a todas luces, y que no las pongo en duda. Salta a la vista que su perspectiva a la hora de abordar ciertas cuestiones parece original en muy alto grado; eso nadie lo niega. A pesar de todo ello, no me veo entregado a su lectura, qué le vamos hacer.

Uno, que ha consumido ya muchos calendarios de su vida, está más dedicado a la relectura y/o las relecturas que a prestar su atención a las novedades, a las publicaciones de última hora. Y, además, tengo para mí que un  libro escrito por Miguel Delibes ─bastante manoseado, por cierto─ es para mí alternativa más que brillante para aproximarnos a eso de andar.

Es uno de mis libros de cabecera. La primera edición data de septiembre de 1989. Debió gozar de considerable éxito la primera tirada, porque las sucesivas llegaron rápidamente; algunas de ellas antes de fin de año. Se titula simple y llanamente Mi vida al aire libre, con el añadido de Memorias deportivas de un hombre sedentario. En una primera lectura, su contenido no es de los rompedores. Pero, ¡qué bien escrito está! ¡Qué bien plasmaba en una pagina en blanco sus vivencias el viejo narrador castellano! No parece que esté en su ánimo abordar cuestiones de calado ni profundas. Da la impresión que sólo estruja su memoria para relatarnos sus vivencias más íntimas, pero sencillas. Exclusivamente eso.

No me he puesto a pensar si es sana o perversa, pero he de confesar que uno siente mucha envidia, enorme envidia cuando lee solamente unas pocas páginas de Delibes, maestro de la pluma y puede que también de una vieja Olivetti.

Los directivos de Ediciones Destino escriben en la contraportada que la prosa de don Miguel era ajustada y transparente, y que nos brinda unas memorias profundamente personales, escritas sin acritud ni resentimiento. Suscribo estas afirmaciones. Y eso que el libro se abre con dos citas con mucha carga de profundidad. La primera está entresacada de Las confesiones, de Jean-Jacques Rousseau, y dice: No puedo meditar sino andando; tan luego como me detengo, no medito más; mi cabeza anda al compás de mis pies. No me extrañaría nada que esta cita estuviera recogida también por Frederic Gros. Para la segunda acudió Delibes a la fuente de Friedrich Nietzsche en su Ecce homo: No se debe prestar fe a ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre…

A lo que escribieron los viejos filósofo añade Delibes un matiz que es muy original: “Me parece que fue González Ruano quien habló de la alegria de andar, alegría que yo he experimentado y experimente cada vez que muevo las tabas”. Y termina este capítulo dando cuenta de la costumbre que tenían unos sesudos catedráticos para la alegría de andar. Oigamos a don Miguel:

“Los pinares de Valladolid fueron testigos, durante varias mañanas dominicales, de cómo media docena de catedráticos cincuentones, recorrían deportivamente kilómetros y kilómetros hablando de sus cosas. Disfrutaban de la naturaleza y de la alegría de andar. Acababan de descubrir el placer del ejercicio físico sin objeto, es decir, sin objeto expreso, puesto que detrás de estas conversaciones itinerantes, cada cual iba buscando la fuente de la salud”.

Por supuesto, les recomiendo Mi vida al aire libre. Pero les sugiero que empiecen a gustar de la alegría de andar. Cuando mis articulaciones me lo permiten, no pierdo ocasión de ponerlo en práctica.


 Boletus.

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