UNA
ALTERNATIVA
A estas alturas de la vida, uno no puede engañarse pensando que va
a leer el libro de Frederic Gros ─Andar,
una filosofia debe ser su título─ que se menciona en este mismo blog. Quien
lo hizo entiendo que lo haría llevado por los fines más elevados. Pues bien, lo
digo muy en alto: no lo leeré. Nadie me tiene que convencer de sus bondades,
manifiestas a todas luces, y que no las pongo en duda. Salta a la vista que su
perspectiva a la hora de abordar ciertas cuestiones parece original en muy alto
grado; eso nadie lo niega. A pesar de todo ello, no me veo entregado a su
lectura, qué le vamos hacer.
Uno, que ha consumido ya muchos calendarios de su vida, está más
dedicado a la relectura y/o las relecturas que a prestar su atención a las
novedades, a las publicaciones de última hora. Y, además, tengo para mí que
un libro escrito por Miguel Delibes
─bastante manoseado, por cierto─ es para mí alternativa más que brillante para
aproximarnos a eso de andar.
Es uno de mis libros de cabecera. La primera edición data de
septiembre de 1989. Debió gozar de considerable éxito la primera tirada, porque
las sucesivas llegaron rápidamente; algunas de ellas antes de fin de año. Se
titula simple y llanamente Mi vida al
aire libre, con el añadido de Memorias
deportivas de un hombre sedentario. En una primera lectura, su contenido no
es de los rompedores. Pero, ¡qué bien escrito está! ¡Qué bien plasmaba en una
pagina en blanco sus vivencias el viejo narrador castellano! No parece que esté
en su ánimo abordar cuestiones de calado ni profundas. Da la impresión que sólo
estruja su memoria para relatarnos sus vivencias más íntimas, pero sencillas.
Exclusivamente eso.
No me he puesto a pensar si es sana o perversa, pero he de
confesar que uno siente mucha envidia, enorme envidia cuando lee solamente unas
pocas páginas de Delibes, maestro de la pluma y puede que también de una vieja
Olivetti.
Los directivos de Ediciones Destino
escriben en la contraportada que la prosa de don Miguel era ajustada y
transparente, y que nos brinda unas memorias profundamente personales, escritas
sin acritud ni resentimiento. Suscribo estas afirmaciones. Y eso que el libro
se abre con dos citas con mucha carga de profundidad. La primera está
entresacada de Las confesiones, de
Jean-Jacques Rousseau, y dice: No puedo
meditar sino andando; tan luego como me detengo, no medito más; mi cabeza anda
al compás de mis pies. No me extrañaría nada que esta cita estuviera
recogida también por Frederic Gros. Para la segunda acudió Delibes a la fuente
de Friedrich Nietzsche en su Ecce homo:
No se debe prestar fe a ningún
pensamiento que no haya nacido al aire libre…
A lo que escribieron los viejos filósofo añade Delibes un matiz
que es muy original: “Me parece que fue González Ruano quien habló de la alegria de andar, alegría que yo
he experimentado y experimente cada vez que muevo las tabas”. Y termina este
capítulo dando cuenta de la costumbre que tenían unos sesudos catedráticos para
la alegría de andar. Oigamos a don Miguel:
“Los pinares de Valladolid fueron testigos, durante varias mañanas
dominicales, de cómo media docena de catedráticos cincuentones, recorrían
deportivamente kilómetros y kilómetros hablando de sus cosas. Disfrutaban de la
naturaleza y de la alegría de andar. Acababan de descubrir el placer del
ejercicio físico sin objeto, es decir, sin objeto expreso, puesto que detrás de
estas conversaciones itinerantes, cada cual iba buscando la fuente de la
salud”.
Por supuesto, les recomiendo Mi
vida al aire libre. Pero les sugiero que empiecen a gustar de la alegría de
andar. Cuando mis articulaciones me lo permiten, no pierdo ocasión de ponerlo
en práctica.
Boletus.
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