Mame Mbaye, de 35 años, odiaba ser mantero, pero vivía vendiendo zapatillas y bolsos falsificados. Durante 12 años en España, prácticamente, no consiguió hacer otra cosa. “Creo que nadie quiere ser mantero, pero él se quejaba mucho. Pasaba temporadas en casa sin salir. No quería hacerlo más”, lamenta Cheika, de 40 años, uno de los hombres que se presentan como sus compañeros de piso en el barrio de Lavapiés. “Era un hombre bueno. Más bueno que yo”, insiste Mbay, otro de los amigos. Todos prefieren no dar su nombre completo. Reconstruir la vida de un mantero sin documentación, que debe vivir en la frontera de la clandestinidad, es complicado. Ayer, entre la conmoción por su muerte, circulaba un aluvión de datos sobre su biografía, algunos de ellos contradictorios.
Mame
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