lunes, 21 de mayo de 2012

LA ÉTICA DE LA NATURALEZA

La naturaleza se puede considerar en tres sentidos. Uno de ellos definiría la naturaleza como el elemento totalmente capaz de mostrar fenómenos, es decir, el conjunto de sus poderes y propiedades de todas las cosas. Estaríamos hablando de un nombre colectivo para todos los hechos que se dan y para los que se pudieran dar potencialmente. Obviamente esta definición incluiría también al Arte y también a lo artificial, en definitiva a todo lo que el ser humano puede producir o alterar. El segundo sentido sería considerar “La naturaleza” como lo que tiene lugar sin la intervención del ser humano, es decir lo que no es artificial, y lo cual está reñido con lo que se supone que es la civilización. Por último también podemos considerar la Naturaleza en un tercer significado que sería “lo que la Naturaleza debería de ser” y que bajo un concepto de racionalidad estaría vinculado con la ética.
Esto es lo que nos plantea Mill en su breve pero completo ensayo sobre “La Naturaleza”. Nos presenta el dilema de si la Naturaleza es el patrón que define lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, lo racional de lo irracional... O si la Naturaleza no necesariamente representa lo bueno y podríamos estar actuando en su contra cuando intentamos alterarla con el fin de mejorarla, cuando recurrimos a nuestro ingenio y a nuestra técnica para intentar librarnos de sus a veces efectos devastadores.
Nos dice Mill que el hombre, puede ser, o de hecho lo es, un ente acuciado por impulsos naturales y espontáneos derivados por su intrínseca forma de ser que le pueden llevar a ser avaricioso, cruel, vengativo... pero el hombre es un ser racional, pensante al fin y al cabo, que puede controlar dichos impulsos y en el peor de los casos nunca será tan atroz como los animales salvajes y como la propia naturaleza que nos azota con fenómenos arrasadores tales como plagas, tormentas, inundaciones u otros fenómenos naturales. ¿deberíamos imitar entonces a la Naturaleza? ¿es ella la que más sabe? ¿la que nunca se equivoca? No parece erróneo pensar que valores como la honradez, la bondad, la justicia, el amor o la valentía entre tantos otros, son productos aprendidos y que se ajustan a normas morales “fabricadas” por el hombre en su afán de corregir impulsos naturales como la envidia, el odio, la maldad o la cobardía con el objetivo final de evitar el caos.
Por otro lado, teniendo en cuenta al Creador de la Naturaleza como un ser bueno e infalible, es inevitable observar la paradoja entre esas cualidades y los desastres naturales en todo su amplio abanico. Según Mill, el deber del hombre consistiría en ayudar al Creador, que a la vista de los resultados puede ser bienintencionado, pero es obvio que no es justo ni todopoderoso. Quizá cabría suponer que el Creador  formó una pequeña bola de nieve y la dejó rodar desde lo alto de la montaña (nevada). Todo lo que ocurrió después, la nieve que acumuló, los árboles con los que pudo chocar o el río en que pudo ir a parar y en el que acabó desapareciendo, ya no serían cosa de su incumbencia. Ahí estaría el papel del ser humano, intentar que la original creación llegara a buen término. Seguramente habría que modificar el curso natural de la caída, es decir, talar los árboles, asegurar o crear vías apropiadas, tapar los ríos...en definitiva alterar el paisaje natural con el objetivo de que la bola de nieve llegara a la base entera y enriquecida. Habría evidentemente que usar la razón, el artificio y la técnica para lograr el beneficio último.
Mill nos habla del “pensamiento verde” refiriéndose a todas esas corrientes de pensamiento que llevan a la adoración de lo natural, que pretenden desbancar al ser humano de su estatus privilegiado en aras de la supremacía de la Naturaleza. Esto tiene muchas veces tintes de ir contra el hombre, de ir contra la propia esencia del género humano, supeditándolo a un segundo plano en la jerarquía de valores. ¿ no será también ésto antinatural?
Y en cuanto al “pensamiento grís”, el lado opuesto, es el que defiende que sólo el hombre tiene alma y eso le hace superior a todas las criaturas y que al ser “inteligente” y disponer de capacidad de avances tecnológicos y científicos está en el derecho de manipular todo lo que le rodea. Esta corriente diametralmente opuesta podría colocar al hombre “inteligente” en una posición de tiranía hacia todo ser sintiente o no, y basándose en su poder, acercarse peligrosamente  a  supervalorar el intelecto con grave perjuicio del que no lo tuviera, incluido el propio ser humano.
Convendría huir de conceptos absolutistas. ¿No podría el ser humano establecer un término medio? Supongo que éste, sería la racionalidad, quizá un valor que se ha descuidado demasiado tiempo, lo cual puede acabar con ambas cosas; con la naturaleza y por consiguiente con el hombre.
 Mill, utilitarista y humanista, aunque no obstante recela del crecimiento material exagerado y de sus consecuencias, evidencia también el peligro de los ecologistas extremos que pueden defender la miseria, la enfermedad y la muerte, con el pretexto de no intromisión en la Naturaleza. O nos avisa sobre el fraude pseudocultural y sobre los posibles intereses ocultos de los acérrimos defensores de un naturalismo exagerado.
Si aceptamos el concepto de naturaleza como todo lo que es, todo lo que ha sido y todo lo que puede ser, además de todo lo que puede resultar de ella, estaremos en la línea de considerarla como algo que puede ser modificado artificialmente. Si esa modificación se realiza de forma controlada, justa, y con vistas a un bien común, parece bastante necio oponerse a la misma. Y podemos vincular al bien común, el arte, la medicina, la tecnología y tantas otras cosas producidas artificialmente por el hombre, cosas que resultan potenciales a las propiedades de la Naturaleza y  a todos los fenómenos resultantes de la Naturaleza en sí misma.
Si pretendemos ver a la Naturaleza en otro significado- como exclusivamente lo que tiene lugar sin la intervención del hombre- corremos el riesgo de tolerar impasibles la destrucción, la injusticia y la muerte.
Por otra parte, si consideramos a la Naturaleza no como lo que es, sino como lo que debería ser, estaríamos defendiendo la acción.
El hombre además, tal como indica Mill, no tiene más remedio que obedecer a la Naturaleza. Está sujeto a las leyes de la gravedad y a tantas y tantas leyes físicas o químicas. Está sujeto a las leyes básicas que le impone su propio cuerpo y su propia supervivencia, su propia “naturaleza”. Otra cosa es que aún debiendo supeditarse a esas leyes, intente controlarlas o dominarlas en su propio beneficio. ¿Qué ocurriría si diésemos rienda suelta a nuestros instintos “naturales”? ¿Si no intentáramos reprimirlos, encauzarlos o modificarlos? La teoría naturalista de Rousseau de que "el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo corrompe", puede llevar parte de verdad, pero dónde encajaría entonces el egocentrismo del niño pequeño? ¿dónde encajaría el egoísmo y el sentido de la propiedad que tenemos desde antes de empezar a hablar? Quizá como dice López Aranguren la naturaleza humana no sea tan monstruosa como la concibe Freud, pero tampoco tan amable a como la concibe Rousseau.
En otro orden de cosas, ¿dónde nos encontraríamos en la actualidad si el hombre no hubiera inventado las armas de caza y defensa, el fuego, la rueda o el arado? Todo ello, el control del comportamiento y con él la posibilidad de vivir en grupo, la autodefensa ante los elementos naturales, la supervivencia del género humano en definitiva, son sin duda resultado del aprendizaje y de la modificación, es decir del artificio.
Ante la idea de que la naturaleza es un modelo que debemos imitar, quizá sería bueno decir que la deberíamos imitar en todo lo bueno que ésta conlleva. Pero la Naturaleza puede ser cruel, absurda, puede ser nuestra enemiga y aunque resulte paradójico, el ser humano está programado de forma “natural” para defenderse de todo aquello que signifique un peligro para su supervivencia.
Parece lógico y bueno -como caracteriza al utilitarismo- buscar el máximo bienestar del mayor número de individuos. Sería magnífico que se persiguiera la felicidad apelando al sentido racional de los seres humanos para ser tenido como principio y guía de la acción.  Podría ser el camino para conjuntar progreso y naturaleza, para lograr un equilibrio entre la razón, el deseo, la sociedad y todo lo que nos rodea. La naturaleza no tiene porque ser nada acabado, ni la cultura, sino que pueden ser lo que nosotros construimos en cada momento.
Como decía Epicuro “Hay que recordar que el porvenir ni es nuestro, ni totalmente no nuestro, para que no esperemos que lo sea totalmente, ni desesperemos de que totalmente no lo sea".
Begoña Urrutia


BIBLIOGRAFÍA

JOHN STUART MILL: La Naturaleza. Alianza Editorial, S.A. Madrid. 1998


                                      



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