Ermita de San Blas o de Ntra. Sra. de Buriñondo o Buñaondo (Bergara)
La ermita
de San Blas, también conocida como ermita de Nuestra Señora de Buriñondo o
Buñaondo, se encuentra emplazada en las laderas que descienden desde
Iturriberri hasta la orilla del Deba, en el barrio de su mismo nombre; frente a
frente con los montes de Basalgo, los cordales que llevan hacia el valle de
Ubera y, más lejos, por Elgeta, los collados que marcan el paso a tierras de
vizcaínas. Para acceder basta acercarse a Bergara desde Soraluce y por la
carretera general, junto al restaurante Zubi-berri, se traspasa el puente. Se
toma el camino asfaltado hacia la izquierda y después derecha, comenzándose a
ascender la ladera. La ermita se encuentra en el mismo camino, a un kilómetro
del puente. Frente a ella, un poco más alto, el caserío Jauregui con su escudo
en la fachada; más abajo el caserío Zigarreta. Y más hacía la vía del tren, en
dirección al puente de piedra, la casa Agarre.
Se
trata de una pequeña ermita, con coro de madera, a la que en un momento
indeterminado se le segregó una sección en beneficio del caserío adosado. Hasta
entonces medía exteriormente 14,8 m. de largo por 8,9 m. de ancho. Sus actuales
dimensiones interiores son 6,3 m. por 7,6 m. Corta espadaña encima del
caballete, a la altura del altar. Su
muro derecho presenta una pequeña ventana y una aspillera, mientras que en el
izquierdo aparece una ventana tapiada. Su ábside es plano, mirando hacia la
barriada de Boñau. En su origen, el edificio tenía una puerta de acceso dovelada y algo
apuntada en su cara SO, frente al altar. Cuando se dividió para hacer la
vivienda (1746), se abrió la puerta que hoy se conoce en el lienzo SE, donde
aparece escrito en su parte superior, el nombre de “San Blas”. Gastada
aguabenditera de arenisca a su derecha. Hasta su última restauración, esta
puerta estaba defendida por un pequeño tejadillo.
Las primeras menciones sobre la ermita se remontan a
1500 cuando Martín Pérez de Arrese otorgó testamento:
“Item mando q. me digan en Santª Mya de
buruñao siete misas en honor de los siete gozos de nra señora...”
Cuenta con un
Libro “desde diez días del mes de mayo de
mill e quinientos cinquenta e cinco años en adelante y hasta el dicho día
sacado del libro viejo el provecho e aver de la hermita”. Como más adelante
se dice “tiene sobrados para obra anexa a
Santa Marina de Oxirondo”.
En el inventario de 1560, nada se dice de la imagen
de Santa Isabel y sí, en cambio, de una Santa Marina. También se anota otra
imagen de Nuestra Señora “de palo viejo” y en
1566 se inventarían sus propiedades entre las que destacan: un retablo dedicado
a Nuestra Señora, otro a Santa María, y otro a San Blas. Tenía unos manteles de
altar, cuatro casullas y otras menudencias. En 1746 se contabilizan dos
heredades propias, una casa y una renta anual de 116 rs, llamándosele en este
documento como Ermita de Nª Sª de Buriñano”. Se quemó totalmente en
1746, salvándose las imágenes que estaban al abrigo en otro caserío. Fue a raíz
de este acontecimiento cuando se dividió el edificio en dos partes: una para
vivienda y otra que continuó como ermita. Las imágenes se restauraron en 1991,
y los vecinos de la zona efectuaron el retejo de la ermita en auzolan, con la colaboración del
Ayuntamiento que aportó 400.000 ptas en materiales.
Sobre
el altar, un retablo barroco de madera de castaño sin policromar, en cuyo
centro, entre dos columnas salomónicas, se encuentra una de las imágenes de Andra
Mari más caprichosa, única en Guipúzcoa, digna de admirarse: la talla de la Virgen de Buriñondo o Buñaondo. El altar de la izquierda
lo preside una hermosa imagen de Santa Isabel, de 87 cms de altura, rostro de
anciana, velo blanco escalonado. Lleva sobre sus rodillas una muy pequeña
imagen de la Virgen con el Niño, del siglo XVI, bien tallada en madera de
espino que, por las proporciones y forma de las manos, buen pudo ser
antiguamente una Santa Ana con Virgen y Niño, o simplemente una Andra Mari. En
el inventario de bienes de la ermita de 1560, nada se dice de esta imagen de
Santa Isabel. Sí se cita en esas fechas, la existencia de una imagen de Santa
Marina que ya no existe. En el altar de la derecha,
un sencillísimo retablo de principios de siglo que alberga un San Blas gótico,
de 85 cm. de altura, con su capa roja y báculo. A ambos lados del altar
central, posee asimismo óleos de San Judas Tadeo y San Matías, pintados ambos
por E. Aguirreolea en 1889, y otro
óleo menor de una cabeza de Ecce Homo, que se tienen por obra de buena factura.
En el coro, un óleo de San Francisco Javier muy estropeado.
En el nicho central y tras una puerta de cristal,
puede contemplarse una preciosa y original imagen de Andra Mari de 95 cms de
altura. Se trata de una talla de origen francés (en esta
lengua se le denomina Vierge ouvrante
por razón de que la caja de su cuerpo se abre a modo de un tabernáculo). Diversas
han sido sus denominaciones a lo largo del tiempo. Lope de Isasti (1625) la llama Santa María
de Buxunondo, existiendo variantes de su nombre como Buruñando, Murinondo,
Buriñana... Si bien podría observarse una tercera posición
de la imagen que resultaría al quitar el Niño Jesús pero sin llegar a abrir su
abdomen produciendo la imagen de representar a la Virgen en estado de buena
esperanza. Las posiciones más conocidas de la imagen son dos:
·
la posición normalmente
visible, con el Niño Jesús en el centro, sobre sus rodillas, mirando ambos de frente;
sentada hieráticamente. Presenta un rostro de rasgos delicados, leve sonrisa,
cuello alto, pareciendo una mujer vasca. Llaman la atención sus alargadas y
cuidadas manos, en actitud de presentación del Niño, y suplicante; el manto le cae
en forma natural, y sus pliegues, evocan las formas de la imagen
de la Virgen de Itziar, dejando ver unos pies finos y puntiagudos.
Sentado entre sus rodillas, sosteniéndose sólo, el Niño, en plena risa, con
gesto pícaro, atractivo, engendrador de confianza, vestido con una clara túnica
con dibujos polícromos. Su mano derecha la tiene levantada en actitud de
bendecir mientras que en la izquierda sostiene una cruz.
·
si se retira el Niño y se
abre el vientre de la Virgen. Aparece en su interior sobre un fondo de estrellas, la
representación del Santísima Trinidad: el Padre, sentado sobre un trono,
sostiene con las manos los brazos de la cruz, de la que pende crucificado su
Unigénito, y el Espíritu Santo, bajo forma de paloma, sale de la boca del Padre
y aparenta introducirse en la cabeza del Hijo.
La
composición reduce a una fórmula plástica los procesos de las tres divinas
personas de la Trinidad o quizás, pretende en este grupo asociar el Padre y el
Espíritu Santo al drama del Calvario, según la interpretación dada a la escena
por algunos autores. Dicen estar inspirada en las Pietas o en el grupo de la Virgen con el cadáver de Jesús en el
regazo. M. Trens identifica el
conjunto de la escultura, con toda probabilidad, del último tercio del siglo
catorce, época en la que todavía nuestro pueblo no había alcanzado a sentir los
padecimientos del Salvador. A Cristo paciente se le lloró en nuestro pueblo,
cuando la Mater Dolorosa nos lo
mostró, esto es, un siglo más tarde. Hasta entonces, apreció más al Crucificado
como “Juez de vivos y muertos, de majestad temible, de gesto amenazador, en
plan de pronunciar la sentencia eterna sobre los réprobos, separándolos para
siempre de los socios de los benditos del Padre”.
La vida a finales
de la Edad Media estaba impregnada de una completa religiosidad alrededor de
Dios, donde los límites entre la profanación y lo sagrado eran tan débiles que
marcaban y señalaban totalmente la vida de las personas; los pueblos, para
expresar su devoción, podían llegar a configurar imágenes con representaciones
insolentes no muy lejanas de la herejía. Entre éstas, la imagen de Nuestra
Señora que tenían los Duques de Borgoña en 1420 o la imagen que se encuentra en
el convento de las Carmelitas de París; como también le ocurre a la que se encuentra
en Bergara, puede abrirse y, en su interior, aparece la representación de la
Trinidad. De esta forma, la
representación completa en el interior del regazo de María, hace aparecer un
riesgo sobre la forma plástica en que se realiza, riesgo que también surge en
la imagen de Buiñondo; en otras ocasiones, se ha utilizado un tríptico que se
abre y en su interior aparece la Trinidad quien toma en su representación a la
Virgen Maria; por su parte, San Blas, a una escala más pequeña, también ha
tenido estas representaciones y la idea de la encarnación siempre ha figurado
como un elemento más de las figuraciones religiosas.
La cabeza
de la imagen y sus manos aparecen muy rejuvenecidas. Es importante su aspecto
frontal donde destacan los pliegues de las ropas que rodean el vientre y las
orillas del manto. Encontramos alegría y suavidad en las telas de los vestidos
tanto de la Virgen como del Niño, pero sin alcanzar los juegos de luminosidad
que nos ofrecen las realizaciones flamencas; todo ello hace que la imagen la
localicemos en los años finales del siglo XIV y/o principios del XV. En
general, la técnica de la figura es suficiente y pensamos que quizás, lo más
importante de ella, es el carácter regio y simbólico que puede verse en el
conjunto de su iconografía. La imagen de Nuestra Señora de Burinondo tiene una
constitución muy compleja. En ocasiones se representa a la Virgen mediante un
tríptico que se abre y en cuyo interior, puede contemplarse la imagen
religiosa; pero en Nuestra Señora de Murinondo tiene en su interior, a escala,
la propia Trinidad, quedando de esa forma a la vista la propia idea de la
encarnación (con ese nombre también se conoce a esta imagen de la Virgen). Esta
imagen representa el misterio de introducir la “residencia” de María en la Trinidad
por el amor hacia el Padre. En aquellos tiempos, suponía asumir muchos riesgos
como consecuencia de ser una interpretación teológica ya que para el feligrés, el
que la Trinidad naciese del vientre de Nuestra Señora podía llevarle a
equivocaciones. Esa es la razón por la que hoy en día existen pocas vírgenes de
este estilo, por miedo a las herejías y por esa razón, seguramente muchas de
ellas desaparecieron. La Virgen de Murinondo se salvó, probablemente, porque al
encontrarse protegida por un Niño Jesús la hizo suficientemente segura. La
imagen ha sido remodelada en diversas ocasiones, sobre todo en la cabeza y
manos. Las marcas del manto sobre el vientre son pronunciadas y fuertes. La
forma de las esquinas y sus bordes confirman que nos encontramos ante una
imagen antigua. Los pliegues de la imagen de la Trinidad y la Virgen Maria son
lisos y con vida, pero no llegan a desarrollar los juegos de luz del estilo
flamenco.
En
1566 se hace el inventario de sus propiedades entre las que destacan: un retablo
dedicado a Nuestra Señora, otro a Santa María, y otro a San Blas. Tenía unos
manteles de altar, cuatro casullas y otras menudencias. Siempre ha estado bien
dotada de ropas y objetos sagrados. Podemos calificar a la ermita “de pudiente”,
cerrando generalmente sus cuentas anuales con superávit. Siempre ha existido
costumbre de realizarle “considerables donaciones”, índice de la devoción de
que es objeto. Desde tiempos antiguos estuvo bien dotada de objetos sagrados y
era célebre su romería anual. Lizarralde
quien sí pudo consultar el Libro de cuentas de la ermita y otros datos desde 1555
escribió lo siguiente: “El día de la
cofradía se distribuía a los cofrades sopa y leche, preparadas en una caldera
que cogía ciento veinte azumbres, la cual caldera se hizo en 1571, habiendo
costado tres ducados, exactamente lo mismo que costó el retablo, tallado en la
villa de Oñate, para altar de la Virgen. A la ermita se acostumbró hacer
considerables donaciones, según se colige del tesoro que los visitadores
diocesanos solían examinar en las visitas canónicas”(1)
Sus romerías son el 3 de febrero (San Blas) y el 8
de setiembre, la Natividad de la Virgen. Además, todos los domingos, a las
cinco de la tarde, dejaba oir el tañido de su campana para anunciar que era la
hora de rezar el rosario. A San Blas se acude cuando se tiene mal de garganta,
a curar los catarros. La ofrenda consiste en una vela que se coloca ante él, en
un pequeño hachero. En alguna ocasión, algunas personas colocaron manzanas en
las manos del Santo, y dijeron que había que dejarlas allí hasta que se
pudrieran. También acuden personas ante Nuestra Señora con flores blancas para
interceder por alguna mujer que comenzaba a sentir dolores de parto. Tambien lo
hacen las embarazadas, si todo salía bien, se le visitaba como expresión de
gratitud. Cita la tradición que por San Blas, en tiempos
pasados, se
celebraba el rito de “la caridad” repartiéndose caldo y carne “como en
Osinchu”. La costumbre debió perderse muchos años antes, puesto que ni los más
ancianos del lugar la han conocido en la práctica. Eso sí, en el inventario
realizado en 1560, se apunta “una caldera grande de azumbre”, y en el escrito
de 1658 “una caldera de mucho valor”.
El día del Santo solía acudir muchísima gente a
bendecir la “San Blas opilla”. Este pan era una simple
hogaza que se llevaba a bendecir, envuelta en un gran pañuelo oscuro formando
un hatillo debiendo comerse por tradición un trozo del San Blas opilla bendecido y del que en ocasiones, también solía
darse al ganado. Posteriormente se sustituyó por una torta de pan con un huevo
en el centro mientras que en nuestros días las pastelerías confeccionan unas San Blas opillak más sofisticadas. Se
subía en rogativa desde la iglesia parroquial de Santa Marina en situaciones de
desasosiego social.
El
día de Santa Agueda por la tarde, se reúnen los representantes de los caseríos
de la zona para estudiar las cuentas de gastos e ingresos que les presenta el
mayordomo (encargado del cuidado de la ermita y de sus llaves durante el año
anterior), eligiéndose a continuación su sustituto. Antaño, tras la elección se
merendaba lo que cada uno había llevado. Los caseríos afectados son:
Beiztegi-goenengoa, Larrañaga-aundi, Larrañaga-txiki, Jauregui, Zíarreta, San
Blas, Zabala, Etxealai, Agerremuño, Muñondo-gañekua y Etxe-alay, este último
incorporado últimamente ya que se construyó hacia 1980. Otras fechas litúrgicas
señaladas son la Natividad de Nuestra Señora, festejada el 8 de septiembre, el
domingo inmediatamente posterior y cuando fallece algún vecino. Se mantiene la
costumbre de tocar la campana cuando se conoce el fallecimiento de algún vecino
de los caseríos de la zona. Como aviso de las exequias, se repiten los toques a
las 7 de la mañana del día siguiente si el funeral es esa mañana y a las 12 del
mediodía si se celebra a la tarde. Hasta la última guerra, gente del vecindario
asistía los domingos por la tarde al rezo del rosario que durante muchos años
dirigió un aitona del caserío Zabale.
El 3
de febrero se reza misa y se hace sonar la campana de la ermita. Pero el día
grande es el domingo posterior, llamado popularmente San Blas Txiki, con
afluencia tan masiva que obliga a sacar bancos y sillas al exterior para hacer
la misa al raso. A la hora del ofertorio se bendicen los alimentos que portan los
presentes.
Tras la misa, se reparte caldo y pinchos
a los asistentes y a continuación nunca faltan bailables, y juegos populares
como cucaña, o sokatira. Luego se hace una comida de hermandad de los vecinos
en la sociedad cercana.
10.-
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